Nos enamoramos del amor. Nos enamoramos de la idea del amor. Nos enamoramos de lo que vemos, de lo que imaginamos que somos cuando estamos enamorados. Nos enamoramos de vivir con el propósito de perseguir el amor perfecto, el amor imposible y el único posible al mismo tiempo. El que nos mantiene despiertos con el estómago encogido. El que se pregunta constantemente cómo sería todo si todo hubiera sido diferente. Ése que nos ahoga en una botella de Jack Daniels y nos abraza condescendientemente, con la media sonrisa de aquél que viajó en el tiempo para saber que el tiempo nunca vuelve. Ése. Ése o tú.
Porque estamos juntos en esto. Porque siempre lo estuvimos y siempre lo estaremos.
Y mientras tanto seguiremos dejando que las noches se apaguen con el murmullo de una ciudad que no es la nuestra. Y seguiremos dejando que las sábanas se enfríen y que los besos se escapen por debajo de la puerta. Y seguiremos huyendo del tiempo y de nosotros. Nos perderemos en un montón de polvos sostenibles sin sentido ni pasión ni vida ni nada. Lejos de cualquier idea del amor que un día tuvimos y cada vez más cerca de la muerte por conformismo y apatía, por pura cobardía, por haber aprendido a mentirnos a la cara pero no al alma.
Porque sí, porque después de todo, siempre volveremos a abrir la puerta y mirar hacia atrás, aunque sólo sea por un segundo en cada uno de los días que nos quedan. Y que no nos quedan, al fin y al cabo. Porque estamos juntos en esto. Porque siempre lo estuvimos y siempre lo estaremos.
Hasta que dejemos de estar. Hasta que dejemos de ser. Hasta que las ideas se nos agoten y con ellas la paciencia. Hasta que enamorarse del amor duela más que aprender a mentirle al alma.
Hasta que se me borre la memoria y vuelva a recordar que yo de verdad me enamoré de ti.