Te tengo que dejar

Y así es como pasan las noches desnudas para ti, mientras yo me dejo la sangre intentando romper el muro a cabezazos. Ese muro que un día levantaron mis errores o mi gran despropósito. Mientras arden las finas cuerdas que me sostienen a la luz de una vela podrida pero que aún huele a las cosas buenas que nos vio. Mientras me arde la garganta de gritar el silencio que me rodea y deja que pase el whisky sin hacer ruido, como cuando te vas de puntillas. Mientras tú te quitas la ropa en otra ciudad, en otra cama y te aferras al calor de otro cuerpo.

Y mientras tanto, yo juego a vestir el futuro con los restos del pasado. Con todo. Con las cosas que debieron y las que no debieron pasar. Con todas las veces que me cortaste la respiración en la cama metiéndome la lengua hasta el fondo. Y las veces que te pedí que no te fueras tan pronto. Con los besos, las miradas, con las risas apagadas. Con tu forma de dormir y acercarme tus nalgas. Con mi forma de despertar, encima de ti, duro como nunca y con las ganas de siempre de atravesar todos nuestros pecados una vez más mientras me tienes entre tus piernas.

—Te tengo que dejar.
—Ahora que viene la mejor parte…

Ese maldito recuerdo

Nos enamoramos del amor. Nos enamoramos de la idea del amor. Nos enamoramos de lo que vemos, de lo que imaginamos que somos cuando estamos enamorados. Nos enamoramos de vivir con el propósito de perseguir el amor perfecto, el amor imposible y el único posible al mismo tiempo. El que nos mantiene despiertos con el estómago encogido. El que se pregunta constantemente cómo sería todo si todo hubiera sido diferente. Ése que nos ahoga en una botella de Jack Daniels y nos abraza condescendientemente, con la media sonrisa de aquél que viajó en el tiempo para saber que el tiempo nunca vuelve. Ése. Ése o tú.

Porque estamos juntos en esto. Porque siempre lo estuvimos y siempre lo estaremos.

Y mientras tanto seguiremos dejando que las noches se apaguen con el murmullo de una ciudad que no es la nuestra. Y seguiremos dejando que las sábanas se enfríen y que los besos se escapen por debajo de la puerta. Y seguiremos huyendo del tiempo y de nosotros. Nos perderemos en un montón de polvos sostenibles sin sentido ni pasión ni vida ni nada. Lejos de cualquier idea del amor que un día tuvimos y cada vez más cerca de la muerte por conformismo y apatía, por pura cobardía, por haber aprendido a mentirnos a la cara pero no al alma.

Porque sí, porque después de todo, siempre volveremos a abrir la puerta y mirar hacia atrás, aunque sólo sea por un segundo en cada uno de los días que nos quedan. Y que no nos quedan, al fin y al cabo. Porque estamos juntos en esto. Porque siempre lo estuvimos y siempre lo estaremos.

Hasta que dejemos de estar. Hasta que dejemos de ser. Hasta que las ideas se nos agoten y con ellas la paciencia. Hasta que enamorarse del amor duela más que aprender a mentirle al alma.

Hasta que se me borre la memoria y vuelva a recordar que yo de verdad me enamoré de ti.

El día en que volvamos

Imagino, supongo, quiero creer, sé.

Sé que el día en que volvamos volveremos. Volveremos a ser fuertes, más fuertes de lo que nunca fuimos. Volveremos a ser algo, mucho más de lo que nunca fuimos. Y es que lo que fuimos no es siquiera un leve reflejo de las imágenes con las que nos follamos la mente en silencio. A diario. Sin parar.

El día en que volvamos nos follaremos algo más que la mente. Nos follaremos el alma. Nos lo haremos tan fuerte que cada embestida escupirá un suspiro contenido en el estómago. Que los dedos resbalarán antes de clavarse en tu culo. Que sudarán las paredes y no acabaremos hasta que se nos agote la saliva. La tuya, la mía y la de todo nuestro cuerpo. Nos acariciaremos el alma con la punta de la lengua hasta curarnos las heridas. Y volveremos a empezar de nuevo.

El día en que volvamos será el primero.

El día en que volvamos, volveremos.