Trescientos siete

Algunos, casi todos, pensarán que estoy loco. Y probablemente lo esté. Más bien quizá lo sea. Puede, también, que haya perdido la cabeza, el juicio, la razón. Aunque yo de esto pienso que la razón la perdimos todos hace tiempo. Concretamente, el día que creímos que escucharnos no serviría para nada. El mismo que comenzamos a engrasar una máquina que no haría sino convertirnos en miserables. Hoy no tengo recuerdos de nada. Hoy no traigo historias de nunca jamás ni de siempre. Hoy estoy enfadado con el mundo. Y no con el mundo en sí, sino con las personas, todas, las que hemos hecho del mundo una mierda y de la vida un sinsentido. Malditos cobardes hijos de puta.

Nunca habrá nada más real que lo que os salga de las entrañas y os queme el corazón. Nada.

Pero, eh, no me hagáis ni puto caso. No os lo hacéis ni a vosotros mismos. Qué se puede esperar.

Os diré lo que se puede esperar:

Se puede esperar a la muerte. Se puede esperar a morir vacíos. Se puede esperar a tirarlo todo por la borda. Y cuando digo todo, me refiero a lo que tiene sentido, no a lo que tenemos. Lo que tenemos, en esencia, no tiene sentido, más allá de la contaminación de unos valores y un sistema podrido de mentiras. Miserables nosotros por creer y hacer crecer esta mierda que nos vacía hasta dejarnos sin aliento, sin vida. Sin verdad. Malditos miserables, digo. Me digo.

Abrid los ojos, joder. Abridlos si aún os queda algo de valor ahí dentro.

Insisto: 

Ahí dentro.

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