Seis meses

Pasó. Ni el frío ni los litros de alcohol lo impidieron. Allí estábamos los dos, uno frente al otro, en medio de un montón de gente. Y aguantamos, uno frente al otro, hasta quedarnos solos. Bajaron las persianas pintadas de los bares y el empedrado del suelo se hizo más frío. Era hora de irnos. Huimos, y lo hicimos juntos. Caminamos con sonrisas que se escondían en el vaho.

¿Nos dimos la mano?, ¿te cogí la cintura? No creo. Tampoco lo recuerdo. Olías tan bien…

Robamos un taxi y huimos, eso sí lo recuerdo. Y bajamos en Princesa. Y volvimos a caminar. Tú ya conocías la puerta, yo te dije que me parecía muy fea. Pero subiría igualmente. Nunca París estuvo tan cerca de Madrid. Entrar en tu habitación fue mágico. Los techos se hicieron altos, los recuerdos pegados en la pared volvieron sus caras para encontrarse con mi mirada y el olor me dejó sin aliento. El tiempo se paró en mi borrachera, pero nunca tuve una visión tan nítida con el ron aún en mi garganta. Volvimos a estar ahí. Tú desnuda en tu sonrisa y diciéndome «no mires». Yo de pie en mitad del paréntesis que nunca quise cerrar y los lunares de tu espalda. Hacía tiempo que no dormía tan bien.

Las horas diluyeron el alcohol en un montón de respiraciones. El domingo había llegado sin avisar. Hola, te dije. Y volvimos a reír. Sí, pero no.

Bésame bien.

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