Si te conocieran a solas

No es que fueras pretenciosa, eras simplemente insoportable.

Seguramente por eso prefería besarte. Mantener una conversación contigo era tan horrible como el número de personas que nos rodeasen. Mientras tuviéramos el salón lleno de gente y siguiéramos bebiendo de la manera que lo hacíamos, tú serías la reina. Y mientras siguiera fingiendo que pasaba de ti, que me dabas igual y que no iba a acabar contigo esa noche, todo iría genial. Pero a mí mentir se me da fatal. Y a tus ojos también, aunque arquees tus cejas creyendo tenerlo todo bajo control.

Y, de hecho, lo tenías. Pero a mí no me ibas a engañar. Precisamente por eso te odiaba. Te odiaba tanto que quería echar a todo el mundo y encerrarte en mi habitación. Eran las dos de la mañana, la música no dejaba de sonar y el reloj se había congelado. La gente empezaba a levantar la voz, las risas estúpidas se contagiaban y los bailes derramaban las copas de alrededor. Y tú me mirabas de reojo. Y yo me reía por fuera, pero sólo por fuera.

—¡Fuera! Eso es, ¡todo el mundo fuera!

Todos menos tú. Que fuiste a buscar tu chaqueta mientras todos se marchaban y yo te acompañé. Y no volvieron a saber de nosotros.

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