¿Sabes esas noches en las que huele a lluvia y a verano al mismo tiempo? Ésas en las que todo es un recuerdo y tú nunca te fuiste. Ésas en las que yo soy ayer, mañana y todo lo que quiero. Pues ésta es una de ellas.
Ésta es una de esas noches en las que sólo me apetece estar solo. Una de ésas en las que todo se calma y te pienso desde las sonrisas. Desde las respiraciones profundas. Y cuando no lo hago es porque me he perdido en la invisible línea del horizonte que separa el mar de este cielo oscuro. O en las luces que dibujan el camino que baja de la montaña. O en las gotas que caen como estrellas desde las nubes blancas de este cielo oscuro. O en el silencio del agua contra el suelo.
O, tal vez, en un montón de pensamientos sin orden ni sentido. Sin saber por qué.
Sólo existe ese momento, fuera del tiempo, porque siempre será el mismo cada vez que vuelva. Y porque los recuerdos, como la lluvia, caen sobre nosotros sin avisar y nos pasan por encima para perderse de nuevo entre un montón. Un montón que se expande, se diluye y se evapora. Que desaparece. Pero que siempre vuelve, con ese olor a verano propio de una tímida noche de mayo.
Asómate a la ventana.
Piérdete.
Recuerda.
El poder de los recuerdos y de los sueños… podemos revivir sensaciones ya casi olvidadas a través de ellos; a veces, incluso, los sueños nos regalan sensaciones nuevas.