Ésa fue una noche de contrastes. Hubiera podido pasar horas buscando la frontera entre tu pelo negro y el cielo de no ser porque la luna brillaba con una intensidad inusual. La misma batalla estaban librando tus ojos con las estrellas. Ellos negros, ellas ardientes. Ellos también. Esa noche no conducía yo. Tú tampoco. En el taxi había sitio de sobra pero ambos habíamos elegido el mismo lugar. Lo curioso es que no recuerdo, ni me importa, el sitio al que íbamos. El trayecto fue corto, dicen, pero yo podría haberme quedado a vivir en el cruce de nuestras miradas. Hoy sería inmortal. Confieso que aparté mis ojos de los tuyos durante unos segundos porque no sabía qué decir. Me perdí en la oscuridad del cielo y un montón de frases sin final. Pero tu sonrisa me devolvió a tu cara. Lo sabías, así que yo sonreí también, mordiéndome los labios, y te descubrí haciendo lo mismo. Tus ojos, ardientes; tus labios, también. El taxímetro detenido y ninguna palabra el aire, sólo deseo. ¿Bajamos? Da igual, este momento será eterno, hagamos lo que hagamos.