Qué lejos quedan las piedras frías de las calles, húmedas, resbaladizas, atentas, solitarias y vigilantes. Lejos de las persianas de los bares que nos encontraban. Lejos de las carreras a oscuras doblando esquinas y perdiendo la bufanda. Y sí, lejos también de las miradas que ocultaban más verdad de la que decían y de lo mágico de creer que los paréntesis podrían ser vida.
Ya no quedan manos en la cintura ni ganas de intentarlo. Ya no queda más que el eco de un hueco suspiro. La duda. El sueño.