de menos.

Te echo de menos

Si supieras cuánto, probablemente no podrías dormir.

Te preguntarías cómo habría sido todo si no me hubieras mandado a la mierda (después de que lo hiciera yo).

Si no hubieras cerrado a cal y canto todas las puertas que nos llevaban al futuro, en alguna remota parte o en cualquiera de nuestras fotos de un inhóspito tablero de Pinterest.

Pero no.

Es increíble cómo un mal día puede marcar el resto de tu vida. Un mal día, una mala decisión y un puñal de mil puntas en el centro de un corazón que languidece sin aire y regala su último aliento a la esperanza más absurda. Una mirada fría. 

Es increíble cómo un mal día pudo marcar el resto de mí. A fuego, por debajo de la piel. Por debajo de la carne y del subconsciente. En cada milímetro del diámetro de mis huesos más pequeños. Y en las láminas más finas del final de mi jodida y triste y perdida alma.

Te tengo que dejar

Y así es como pasan las noches desnudas para ti, mientras yo me dejo la sangre intentando romper el muro a cabezazos. Ese muro que un día levantaron mis errores o mi gran despropósito. Mientras arden las finas cuerdas que me sostienen a la luz de una vela podrida pero que aún huele a las cosas buenas que nos vio. Mientras me arde la garganta de gritar el silencio que me rodea y deja que pase el whisky sin hacer ruido, como cuando te vas de puntillas. Mientras tú te quitas la ropa en otra ciudad, en otra cama y te aferras al calor de otro cuerpo.

Y mientras tanto, yo juego a vestir el futuro con los restos del pasado. Con todo. Con las cosas que debieron y las que no debieron pasar. Con todas las veces que me cortaste la respiración en la cama metiéndome la lengua hasta el fondo. Y las veces que te pedí que no te fueras tan pronto. Con los besos, las miradas, con las risas apagadas. Con tu forma de dormir y acercarme tus nalgas. Con mi forma de despertar, encima de ti, duro como nunca y con las ganas de siempre de atravesar todos nuestros pecados una vez más mientras me tienes entre tus piernas.

—Te tengo que dejar.
—Ahora que viene la mejor parte…

Ese maldito recuerdo

Nos enamoramos del amor. Nos enamoramos de la idea del amor. Nos enamoramos de lo que vemos, de lo que imaginamos que somos cuando estamos enamorados. Nos enamoramos de vivir con el propósito de perseguir el amor perfecto, el amor imposible y el único posible al mismo tiempo. El que nos mantiene despiertos con el estómago encogido. El que se pregunta constantemente cómo sería todo si todo hubiera sido diferente. Ése que nos ahoga en una botella de Jack Daniels y nos abraza condescendientemente, con la media sonrisa de aquél que viajó en el tiempo para saber que el tiempo nunca vuelve. Ése. Ése o tú.

Porque estamos juntos en esto. Porque siempre lo estuvimos y siempre lo estaremos.

Y mientras tanto seguiremos dejando que las noches se apaguen con el murmullo de una ciudad que no es la nuestra. Y seguiremos dejando que las sábanas se enfríen y que los besos se escapen por debajo de la puerta. Y seguiremos huyendo del tiempo y de nosotros. Nos perderemos en un montón de polvos sostenibles sin sentido ni pasión ni vida ni nada. Lejos de cualquier idea del amor que un día tuvimos y cada vez más cerca de la muerte por conformismo y apatía, por pura cobardía, por haber aprendido a mentirnos a la cara pero no al alma.

Porque sí, porque después de todo, siempre volveremos a abrir la puerta y mirar hacia atrás, aunque sólo sea por un segundo en cada uno de los días que nos quedan. Y que no nos quedan, al fin y al cabo. Porque estamos juntos en esto. Porque siempre lo estuvimos y siempre lo estaremos.

Hasta que dejemos de estar. Hasta que dejemos de ser. Hasta que las ideas se nos agoten y con ellas la paciencia. Hasta que enamorarse del amor duela más que aprender a mentirle al alma.

Hasta que se me borre la memoria y vuelva a recordar que yo de verdad me enamoré de ti.

El día en que volvamos

Imagino, supongo, quiero creer, sé.

Sé que el día en que volvamos volveremos. Volveremos a ser fuertes, más fuertes de lo que nunca fuimos. Volveremos a ser algo, mucho más de lo que nunca fuimos. Y es que lo que fuimos no es siquiera un leve reflejo de las imágenes con las que nos follamos la mente en silencio. A diario. Sin parar.

El día en que volvamos nos follaremos algo más que la mente. Nos follaremos el alma. Nos lo haremos tan fuerte que cada embestida escupirá un suspiro contenido en el estómago. Que los dedos resbalarán antes de clavarse en tu culo. Que sudarán las paredes y no acabaremos hasta que se nos agote la saliva. La tuya, la mía y la de todo nuestro cuerpo. Nos acariciaremos el alma con la punta de la lengua hasta curarnos las heridas. Y volveremos a empezar de nuevo.

El día en que volvamos será el primero.

El día en que volvamos, volveremos.

Todo es todo

Llueve. Llueve en Madrid y llueve mucho. Llueve lo suficiente como para que volver a casa caminando en mitad de la noche parezca una buena idea. Llueve lo suficiente como para que el camino se limpie de mierda y se llene de preguntas. De preguntas con respuesta. Preguntas cuya respuesta puede que no sea tan clara como creemos adivinar. Preguntas que viajan en el tiempo y en la distancia. Preguntas que te haría y que me hago, en el camino de vuelta a casa, en mitad de la noche, mientras llueve. Preguntas que me hago a diario, incluso cuando no llueve, incluso cuando no lo sabes. Preguntas que… 

Preguntas cuyas respuestas son capaces de todo.

Pero esta noche llueve en Madrid. Y llueve mucho. Llueve y se me empapa la chaqueta vistiéndome de lágrimas el pecho, como si tuvieran prisa por salir. Como si no tuviera todo el tiempo del mundo para desahogarme. Como si quisiera no ser yo. Como si pudiera evitar lo que pasó. Como si te quisiera tanto que pudiera besar todos los labios del mundo buscando los tuyos. Como si los tuyos no fueran tuyos. Como si fueran a aparecer. Como si pudieras estar en alguna otra parte. Como si estuvieras aquí. Ojalá estuvieras aquí.

Ojalá estuvieras aquí mientras llueve. Ojalá pudiera llorarte a la cara las mil explicaciones. Ojalá pudieras pegarme todos los minutos del tiempo perdido y la frustración. Ojalá pudiera hacerte entender que no perdimos el tiempo. Ojalá fueras yo y yo tú.

Ojalá estuvieras aquí mientras llueve.

Ojalá pudiera decirte mientras llueve que, pase lo que pase, soy y siempre seré tuyo. Tan tuyo como la lluvia que me cala hasta los huesos. Tan tuyo como siempre. Más tuyo que siempre. Más tuyo que nunca. Tuyo para todo y para siempre. Para aquí y ahora. Para allí y donde sea. Para cuando quieras. Para como quieras. Te debo todo lo que estés dispuesta a pedirme. Hoy, ahora y siempre.

Y si te preguntas si lo dejaría todo por ti. La respuesta es sí. Y todo es todo.

¿Seremos?

Hay muchas cosas que nunca te he dicho.
Hay muchas cosas que nunca te he mirado.
Hay muchas miradas que nunca te he hecho.
Y hay muchos hechos que nunca han pasado.

Y no, no ha sido por falta de ganas. No ha sido porque no existieran. Nunca estuve muerto por dentro, sino todo lo contrario. He sido una maldita bomba de sentimientos encerrados sin detonador. Quise explotar pero nunca pude. Hoy me queda la más grande frustración junto a la inmensa montaña de quizás y recuerdos de un futuro inventado que aún imagino pero que no sé si llegará. La tortura de la incertidumbre. La certeza de lo inevitable. ¿Certeza he dicho?

Me hubiera gustado enredarme entre tus piernas todas y cada una de las noches en las que moríamos de frío separados. Y también en las que moríamos de calor portando el corazón helado. Me hubiera gustado poder sonreír la complicidad de los desastres. Me hubiera encantado deshacer la cama sin remordimientos y vivir más dentro de ti que fuera. Me hubiera gustado acariciarte por detrás de la oreja y besarte la nariz. Apretarte fuerte el culo en la cocina y morderte los labios. Porque sí. Me hubiera encantado que las canas fueran de planes y no por falta de ganas.

Pero sin duda alguna, lo que más me hubiera gustado de todo es ser. Ser libre para volar. Volar libre para ser tuyo.

Y no al revés.

¿Seremos,
algún día?

El caso es que te quise

Te quise; y mucho.
Te quise de una manera tan intensa que me sorprendió,
pero para entonces quizá ya era tarde.
Quizá siempre lo fue.
Quizá nunca estuve preparado.

Y probablemente sobren las explicaciones.

El caso es que te quise.
El caso es que te quiero.
Y el caso es que sigo siendo el mismo cobarde miserable
incapaz de solucionar mis problemas.

Pero te quise y te quiero.
Pasado y presente.
Y el tiempo no hará más que recordármelo.
Y si hay alguna cosa de la que siempre me arrepentiré
será, sin duda,
ésta.

El caso es que te quise.
Te quise y te quiero.
El caso es que siempre te voy a querer.
Vivo, muerto, vacío o redimido.
Siempre, maldita sea.

Lo siento.
De verdad.

Quiero que me muerdas

Ven. Ven aquí ahora mismo. Plántate delante de mí y cógeme del cuello. Bésame y llévame a la cama. Empújame. Déjame caer de espaldas y móntate encima de mí. Muérdeme la boca. Quítame la camiseta y deja que yo levante la tuya con las manos por dentro, desde la cintura. Deja que te quite el sujetador primero. Deja que disfrute de tu pecho libre en tu camiseta suelta. No dejes de besarme. Las zapatillas ya me las quito yo.

Métete en la cama, tápate y deja que te persiga. Deja que te abrace por todas partes y me coma tu cuello por la espalda. Y que mis manos se deslicen hasta tus caderas. Déjame darte la vuelta para morderte los labios. Abre las piernas y acomódame entre ellas. Deja que mi aliento te caliente el cuello, aún más. Y déjame apretarte las nalgas con una de mis manos. Con la otra, déjame acariciarte las costillas y luego el pecho. Deja que te bese en todas partes. Respira fuerte. Más. Déjame entrar.

Y luego dame la vuelta. Mírame desde arriba mientras te empujo hacia mí desde tus hombros. Déjame acariciarte de nuevo el cuello y bajar con las manos hasta tus caderas. Déjame apretarte más fuerte. Respira y no me dejes respirar. Bésame otra vez. Muévete como quieras. Tu cintura es mía ahora. Luego lo serán tus piernas. Y luego otra vez tus nalgas. Mira hacia arriba y déjame ver tu cuello. Acércame el pecho a la boca. Suspira. Estremécete. Apriétame fuerte y ahora agacha la cabeza. Quiero que me muerdas.

Ven.

Siempre a la jodida espera para nada

Estoy harto, me quiero largar de aquí. Estoy harto de llenar mi vida de mierda que me arrastra a lugares en los que no quiero estar. Estoy harto de amores impostores que te parten la cara y el corazón a la primera de cambio. Estoy harto de pensar que lo bueno está por llegar. Estoy hasta los cojones de perder el tiempo esperando no sé ni a qué. Estoy harto de pasar las horas en un eterno bucle de odio e incomodidad a partes iguales. Necesito paz, joder.

Tengo ganas de despertarme cada puto día sabiendo que, si no estoy donde quiero estar, es porque aún ando por el camino. Pero por el camino adecuado. Tengo ganas de que se me salga el corazón por la boca cada vez que sepa que voy a verte. Y quiero saber que voy a verte cada día o cada noche. Tengo ganas de confiar y que confíes. Tengo ganas de que no sobre ninguna conversación salvo las que sobran. Joder, tengo ganas de sentirme invencible. Tengo ganas de que todo esté donde tiene que estar de una puta vez. Estoy cansado de la cobardía que nos impide vivir la jodida vida que hemos venido a vivir aquí. Cobardes por no enamorarnos. Cobardes por guardar siempre un as en la manga. Cobardes por no hacer lo único que queremos y lo que mejor sabemos hacer.

Estoy hasta los cojones.

Vosotros haced lo que os dé la gana. Yo me quiero largar de aquí.

Hechos

El cielo había pasado de naranja a gris en el mismo tiempo que tardamos en recorrer en moto las pocas calles que nos separaban de la estación. Allí, autobuses, despedidas, tú y yo. El tiempo había pasado tan rápido desde la primera vez que aquella parecía la primera vez que nos separábamos. Y no sabíamos muy bien si hacerlo con media sonrisa, abrazarnos fuerte o intentar aparentar que nada era para tanto. Pues bien: un minuto después todo era para tanto y para todo.

Qué pocas ganas tenía de irme. Y qué rápido estaba al otro lado del cristal. Rápido, como todo y como siempre. Rápido como las cosas que pasan y se te llevan el corazón mientras tú aún no has dejado de temblar los nervios del primer beso. Rápido arrancó el autobús y giré la última esquina que perdía de vista tu pelo. Y así terminó de empezar todo. Yo volvía y te pensaba. Tú volvías y me escribías. Yo volvía y te escribía. Tú volvías y me pensabas. Yo volvía y ya te quería. Tú…

En fin, qué más da. Los hechos fueron esos y esos volverán a ser. Volverán antes de que volvamos a no saber ni ser, ni sentir, ni pensar o imaginar, ni doler. Porque sí, la vida duele. Pero, ya puestos, mejor que duela de verdad.