Estaba deseando matarte. Pero en el buen sentido de la palabra. Qué coño, en el único que tiene. Aunque a decir verdad, lo tuyo fue un suicidio. Y de los sonados.
Podría decir que el kamikaze fui yo. Que te conocía y que, a pesar de los años, volví. Que me engañaste y me tuviste. Que vivimos para luego recordar. Que lo fuimos todo sin llegar a ser nada. Que íbamos siendo algo. Que lo di todo y me perdí. Que no tuviste nada mejor. Que siempre estaba para ti. Vamos, que fui un gilipollas. Podría decir todo eso y no me equivocaría. No, al menos, más de lo que me equivoqué cuando creí que merecerías la pena.
Es fácil engañar a un borracho. Y eso tú siempre lo has sabido muy bien. Enamorar tampoco se te da nada mal. Aunque bien es cierto que ambas artes suelen caminar de puntillas y de la mano. Más o menos como lo hacíamos nosotros. Siempre te dije que tenías una forma muy especial de andar. Nunca especifiqué, salvo hoy.
Se me ha hecho un poco tarde, lo reconozco. Siempre me costó decir las cosas importantes. Pero cualquier día es bueno para encender una hoguera.
Cualquier día es bueno para encender una hoguera.
Cualquiera, para cerrarte la puerta en las narices.
Para sacar tus fotos de mi cartera.
Para matarte, por fin.
Para volver atrás y recordar que el kamikaze fui yo.
Que te conocía y te conozco.
Que no mereces la pena.
Cualquiera.