Cuando…

Cuando es todo, pero es nada.
Cuando se cierran las puertas.
Cuando te vas de casa.

Cuando vuelves
y aparcas en la entrada.
Cuando te quedas a cenar.
Cuando el recuerdo
se vuelve más intenso.
Cuando era ayer.
Cuando llueve en la ventana.

Cuando vuelan las palabras,
cuando huyen las miradas.
Cuando los labios se preguntan.
Cuando nunca sabes nada.

Cuando es todo, pero es nada.
Cuando nada es lo que queda.
Cuando nada es de mentira,
cuando vuelve a ser mañana.

Cuando todo es de mentira.
Cuando es todo, pero es nada.

Una de esas noches

¿Sabes esas noches en las que huele a lluvia y a verano al mismo tiempo? Ésas en las que todo es un recuerdo y tú nunca te fuiste. Ésas en las que yo soy ayer, mañana y todo lo que quiero. Pues ésta es una de ellas.

Ésta es una de esas noches en las que sólo me apetece estar solo. Una de ésas en las que todo se calma y te pienso desde las sonrisas. Desde las respiraciones profundas. Y cuando no lo hago es porque me he perdido en la invisible línea del horizonte que separa el mar de este cielo oscuro. O en las luces que dibujan el camino que baja de la montaña. O en las gotas que caen como estrellas desde las nubes blancas de este cielo oscuro. O  en el silencio del agua contra el suelo.

O, tal vez, en un montón de pensamientos sin orden ni sentido. Sin saber por qué.

Sólo existe ese momento, fuera del tiempo, porque siempre será el mismo cada vez que vuelva. Y porque los recuerdos, como la lluvia, caen sobre nosotros sin avisar y nos pasan por encima para perderse de nuevo entre un montón. Un montón que se expande, se diluye y se evapora. Que desaparece. Pero que siempre vuelve, con ese olor a verano propio de una tímida noche de mayo.

Asómate a la ventana.

Piérdete.

Recuerda.

Será cosa del vino

No hablemos de madrugada.

—¿Estás borracha?

—Lo normal, después de cenar con vino blanco y un par de gin tonics.

—Lo normal después de una cena así es que te hagan el amor.

—Qué romanticón te pones de vez en cuando. Era cena con amigos. He dormido solita en mi casa.

—Bueno, yo soy un amigo y lo habría hecho. Será cosa del vino blanco y los gin tonics.

—Tú eres más de ron que de gin tonic.

—Por eso, quizá.

Lo estaba deseando

Estaba deseando matarte. Pero en el buen sentido de la palabra. Qué coño, en el único que tiene. Aunque a decir verdad, lo tuyo fue un suicidio. Y de los sonados.

Podría decir que el kamikaze fui yo. Que te conocía y que, a pesar de los años, volví. Que me engañaste y me tuviste. Que vivimos para luego recordar. Que lo fuimos todo sin llegar a ser nada. Que íbamos siendo algo. Que lo di todo y me perdí. Que no tuviste nada mejor. Que siempre estaba para ti. Vamos, que fui un gilipollas. Podría decir todo eso y no me equivocaría. No, al menos, más de lo que me equivoqué cuando creí que merecerías la pena.

Es fácil engañar a un borracho. Y eso tú siempre lo has sabido muy bien. Enamorar tampoco se te da nada mal. Aunque bien es cierto que ambas artes suelen caminar de puntillas y de la mano. Más o menos como lo hacíamos nosotros. Siempre te dije que tenías una forma muy especial de andar. Nunca especifiqué, salvo hoy.

Se me ha hecho un poco tarde, lo reconozco. Siempre me costó decir las cosas importantes. Pero cualquier día es bueno para encender una hoguera.

Cualquier día es bueno para encender una hoguera.
Cualquiera, para cerrarte la puerta en las narices.
Para sacar tus fotos de mi cartera.
Para matarte, por fin.
Para volver atrás y recordar que el kamikaze fui yo.
Que te conocía y te conozco.
Que no mereces la pena.
Cualquiera.

Ni siquiera las estrellas

Cómo nos gustaba compartir la inocencia que sabíamos que no teníamos. Podíamos pasar horas disfrazadas de minutos cada noche mirando el mar mientras nos descubríamos. Tú decías esto, yo contestaba lo otro. Y casi siempre estábamos de acuerdo para reírnos. Luego yo señalaba el reflejo de las luces en el agua, que se alargaban naranjas y buscaban el horizonte, y te miraba a los ojos. Recorría entonces tus labios del mismo modo que aquellas luces el mar. Tú callabas y me adivinabas todo. Menos mal que estábamos fuera del mundo y teníamos el coche cerca. No conozco refugio mejor para aquellas noches de septiembre. Ni siquiera las estrellas.

Siempre fuiste especial. No sabes hasta qué punto. O sí, cosa que explicaría todo. Pero esas noches eran más nuestras que del tiempo y mi coche se acuerda de todo. Fugaz, tal vez. Eso pensaba yo. Pero me equivoqué, a medias. Siempre fuiste especial, demasiado. Pero ser especial ya no es suficiente.

Y sigues callada.

Y me lo adivinas todo.

Viento

Ha vuelto el viento. Ese viento maldito que agita los árboles, los pone nerviosos. Es como si quisieran bailar juntos, pero no llegan nunca a tocarse. Así se inquietan más. Al final se enfadan. Condenado viento, que remueve las palabras y susurra para que no se le entienda. Que despega las hojas muertas del suelo y las apila en la puerta de mi casa.

Viento egoísta, que trastoca todo.