Hay un momento en el que todo se ve claro. Hay un momento en el que nos damos cuenta de que hemos estado mirando en la dirección equivocada todo el tiempo. Lo malo es que ese momento suele llegar tarde. Suele llegar tan tarde que duele. Llega tan tarde que sólo trae vértigo e incertidumbre. Y es extraño porque nos hace sentir invencibles y totalmente vulnerables al mismo tiempo. Nos desnuda en todos los sentidos. Y nos arrepentimos. Nos arrepentimos de todo lo que no hicimos antes y tememos que ya no haya posibilidad alguna de poder hacerlo. Porque en ese momento, todo lo que echamos de menos es lo único que queremos. Pero inevitablemente somos así de gilipollas y necesitamos perder las cosas para saber lo que queremos. Aunque algunos tienen la capacidad de engañarse para no sufrir la realidad. Es mejor creer que todo es como tiene que ser y que cada cosa está en su lugar que enfrentarse a lo que uno quiere. Lo he dicho mil veces y lo repetiré otras tantas: somos cobardes.
Pero hay un momento en el que dejamos de serlo. Hay un momento en el que ya no quedan mentiras ni callejones por los que escapar. Hay un momento en el que solo quedamos nosotros mismos con nuestros fantasmas, con nuestro pasado y con las cicatrices más profundas de nuestro corazón. Esas que preferimos enterrar porque curarlas era demasiado difícil. O valiente. Ese momento llega, ha llegado o llegará. Y, dolerá porque será tarde. Porque si no llega tarde todo seguirá igual. Seguiremos creyendo que tenemos todo el tiempo del mundo y que siempre podremos arreglar las cosas más adelante. Y no podremos estar más equivocados. Nosotros no disponemos del tiempo. Nosotros disponemos de nuestros actos y de nuestras decisiones. De nuestras ganas. Y también disponemos de nuestras mentiras y nuestra cobardía. El problema de eso es que cuando llegue el día en que no haya vuelta atrás y hayamos perdido definitivamente todo lo que queríamos recuperar más adelante, dolerá demasiado como para soportarlo y perderemos también algo que ni siquiera nos pertenece, como el sentido de las cosas y nuestra historia.
(…)
Cuando llegue el día, probablemente no habrá tiempo ni para decir adiós. Así que, por favor, pensad bien a qué queréis dedicar el resto de vuestra vida y con quién queréis compartirlo todo. Luego será tarde.